Abrió la puerta, el ácido penetro entre los poros de su rostro y un grito sordo inundo el espacio. Su rostro, hasta ahora hermoso, se derritió entre las gotas del infernal líquido.
El, con la botella vacía en la mano, la miró y vio en su rostro desfigurado el reflejo de su alma. Un alma desfigurada por la soledad, el abandono, la incompresión y la esquizofrenia.
(Inspirado en el caso de Jonathan Vega y Natalia Ponce, abril 2014, Bogotá)
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