jueves, 20 de octubre de 2011

El nacimiento

Una fuerza inmensa lo empujaba y al otro lado del tunel algo brillaba. Sin poder luchar, se dejo llevar y salio a la luz.
Esa voz! la había escuchado desde el principio de los tiempos. Ahora en la luz pudo abrir sus ojos, miro a mamá y supo que era el amor....

miércoles, 19 de octubre de 2011

Aventuras en un centro de peregrinación

Crecí entre la dualidad de dos mundos. El mundo católico, que llegó a mi como herencia del pasado de mi familia; y la imposibilidad de pertencer completamente a el, por circunstancias que siempre fueron ajenas a mi. La razón, aparentemente 25 años de unión libre son pecado. Por lo menos eso es lo que soy yo, de acuerdo con las monjas del colegio, una hija del pecado. Por que todo será, pero mis papas siempre se preocuparon por que yo recibierá "buena educación" (Para cualquier conocedor del tema religioso, sabra que buena, bueno, bien, benevolo,  etc, etc, significa, católico). Gracias a Dios, cuando tenía 11 años me pasaron a otro colegio, también de monjas, pero aparentemente allá nadie pregunto sobre el estado civil de mis papas y pude terminar mi bachillerato sin que nadie hiciera referencia a mi padre putativo, el pecado.

Aunque yo no perteneciera completamente a él, el mundo en el que crecí no podía se más católico. Primos y tios monseñores, sacerdotes, seminarios, conventos, tias monjas, misas, rosarios, procesiones, novenas, imagenes... Mi mamá, muy católica ella, siempre sintio una culpa infinita por nunca haberse casado y buscaba paz haciendo la novena de los nueve domingos al Divino Niño del 20 de julio cada vez que podía.

El Divino Niño es una figura en cerámica de un niño con una túnica rosada que aparentemente hacía milagros y que vivia lejísimos de mi casa en una iglesia que siempre estaba llena de gente que lloraba y cantaba las canciones de misa más populares del momento de la manera más triste y desentonada que alguier pudiera imaginar. Yo acompañaba sagradamente a mi mamá en sus aventuras de expiación, más por obligación que por gusto. 

Siempre la rutina empezaba entregando el mercado para los pobres a las monjas; la regal, productos no perecederos; pasta, arroz, frijoles, lentejas. Mi mamá me motivaba a entregar las donaciones, pero el nivel de afluencia era tal que no había tiempo de prestar servicio personalizado a los donantes y mi mamá muy descepcionada, termina entregando el diezmo.

Recuerdo que era un cuarto inmenso, con anaqueles color café popo y paredes aguamarina. Las monjas recibián/ rapaban las donaciones de los penitentes a tal velocidad que no tenían tiempo de mirar, agradecer o como era de esperar bendecir al penitente. Años después, se escuchaban rumores, que las bondadosas hermanas revendían el mercado en Abastos (centro de distribución de alimentos en Bogotá).
Esos domingos de penitencia, que no fueron pocos durante mi niñez, empezaban muy temprano. A las cinco de la mañana me levantaba mi mamá y por tarde a las seis teníamos que coger el bus que nos llevaba hasta una intersección de calles donde nos teníamos que bajar para cojer otro bus que subía el 20 de julio. El 20 de julio es una barrio al sur de Bogotá que queda subiendo por alguna parte y que tenía el privilegio de tener su propio hacedor de milagros. En esas aventuras dominicales, siempre me preguntaba por qué teníamos que embarcarnos en esa odisea?, si  viviamos al frente de la iglesia y hay también habián figuras de cerámica con aureola; no teníamos que hacer mercado antes de ir y el cura nos bendecía "for free" al terminar la misa.
Siempre teníamos que caminar un par de cuadras desde donde nos dejaba el bus hasta la plaza donde estaba la iglesia. Las calles, la plaza siempre estaban llena de un polvo amarillo y denso que ahogaba. En la plaza siempre habían carritos con ventas de objetos religiosos, imagenes, veladoras, rosarios, etc, etc, que ponían el toque colorido a la amarilla plaza enmarcada por una iglesia inmensa y fría y por  mendigos con todo tipo de condiciones; desde el cieguito, que con un cartel de letras rojas explicaba la causa de su triste condición; hasta el que sin ningún pudor expone sus viceras al aire para recibir 5 pesos en un vaso de plástico y toneladas de polvo en la herida.



Después de pagar el diezmo, oir misa, hacer una cola inmensa para ver al Divino Niño en la urna, dar las limosna correspondiente, de acuerdo al nivel de lastima que el mendigo pudiera despertar, emprendiamos nuestro camino de regreso. Mi mamá feliz porque seguramente  sentía que al haber andado por ese infierno, estaría un paso más cerca del cielo; y yo exhausta dormia el las piernas de mi mamá en el bus de regreso, tratando de comprender entre sueños el mundo de contradicciones en el que tuve que crecer.

Eugénie Grandet - Honoré de Balzac