miércoles, 28 de junio de 2023

Doei Frank

 Doei Frank,

Adiós a las tardes en familia,

a la bolsa llena de juegos y de risas

Adiós a la sonrisa agradecida y tranquila

que llenaba con humildad la algarabía de mi hogar.


jueves, 15 de junio de 2023

El dilema

Apagar la luz para que no entren los zancudos por la ventana en una calurosa noche de junio; o simplemente dejar que la naturaleza actue y mi cuerpo sirva de alimento a esta molestas criaturas, mientras, con la luz prendida, continuo la lectura de mi libro. 

Gulag - Anne Applebaum

 

This is one of the best historical books I have read. Applebaum takes de whole story of the Gulags and explain it in such a systematic, objective, documented way that after finish the book, the reader not only knows more about the Gulags, but also the history of Russia and specifically the Sovietic Union.

The book is fact based, at least that can be concluded from the extensive list of sources are referenced in the book. That gives such a value as historical document and a strong base to understand why Russia is how it is as a country. I found it a very insightful book split it in three sections:
1. The raising of the Gulag as a prison system after Lenin started in the power following the October revolution in 1917.
2. The live in the Gulags - Taking into account all different aspects like transport, live in the camp for women, kids, moribund,
3. The decline of the system.

For someone interested in Russian history, it is definetily a must read book.

Palabras silenciosas - Inés Arredondo

El libro me gustó, sin embargo en algunos cuentos, especialmente al principio hubo partes que saltaban de una situación a otra y la concatenación para mi no fue muy clara al final. En el prólogo, Eloy Urroz comenta que Río subterraneo y Mariana deberían haber sido considerados como dos de los mejores cuentos mexicanos. Seguramente no tengo el conocimiento que tiene el señor Urroz, pero pienso que Opus 123, Lo que no se comprende, Olga, y quizas Sombra entre sobras son mucho más lindos, el tema de la contención al que tanto se refiere él en su prólogo, es mucho mejor logrado en estos cuentos, en mi opinión, que en los que él considera los mejores.

Los cuentos tocan temas de la idiosincrasia mexicana, que podían ser situaciones vividas en otros países de latinoamérica. El efecto de la religión católica en la forma de vida, las costumbres y las decisiones de las personas, los padres y las familias; combinada con temas que para los años en los qaue Inés Arredonde escribió estos cuentos eran un tabú, mucho más de lo que son ahora, como la homosexualidad, la libertad sexual de la mujer.

A pesar del comentario con el que inicié este reseña, celebro este libro y admiro profundamente a mujeres de que atreven a hablar y a decir lo que piensan y lo que sienten, así este en contra de lo que las normas de la sociedad demandan.


viernes, 27 de junio de 2014

Sin sentido

Si los números se fueran de huelga y solo quedaran letras, me iría a escribir.
Abandonaría este sin sentido que vivo para hacer lo único que tiene sentido...
Contar historias, escribir...

miércoles, 18 de junio de 2014

La espera

Reconoció su voz, tenía el timbre dulce y melancólico que caracterizaba a las mujeres de su familia. Hacía más de una década que no la escuchaba;  la última vez, en los albores de la adolescencia, llorando, le imploró que no se fuera.
Ese día gris, ya no escucho a la niña abandonada, sino a la mujer. Esa visión generó tanto dolor, que Arturo sintió como si una bala le hubiera perforado el hígado. Se encogió y su espalada acaracolada abandonó la elegancia, que a pesar de sus más de setenta abriles lo mantenía siempre erguido.
Llegaba a la cafetería al despuntar el día. No pocas veces tenía que esperar en el frío nebuloso de la ciudad a que abrieran. Marta, de puro pesar de ver al anciano congelarse en la puerta, llegaba más temprano para tener en la greca, que sonaba como una locomotora destartalada, café para ofrecerle a Arturo cuándo llegaba con sus dedos azules del frío. Las visitas matutinas del abuelo se habían convertido en un ritual casi religioso. Arturo se sentaba en la mesa frente al inmenso ventanal con vista a la calle, se quitaba la boina, que combinaba con el paño del vestido y pasaba sus manos por los tres pelos blancos que todavía le quedaban. Marta, con un interés casi maternal, le servía el tinto con un poquito de aguardiente para que le subiera la temperatura, se lo llevaba a la mesa, que al sentir el peso de la taza protestaba y daba un paso renco derramando el café. Marta como Sísifo, obligada a cumplir todos los días con una labor inútil, buscaba con ofuscación un pedazo de cartón para ponerlo debajo de la pata de la mesa.
Arturo agradecía y disfrutaba de su amabilidad con una pálida sonrisa. Ella se iba y continuaba con las labores de limpieza del pobre lugar. Mientras Arturo, como si estuviera en un partido de ajedrez, clavaba sus ojos en el ventanal con tal concentración, que nada lograba distraerlo. Con sus ojos observantes y una tímida expresión de impaciencia, parecía que tuviera una cita a ciegas. Entrada la mañana, con la resignación del que sabe que su cita no llegará, cogía su boina, pedía la cuenta y salía solitario e invisible caminando por la calle atiborrada de gente.
Esa mañana llovía tan fuerte que parecía que el cielo se estuviera cayendo a pedacitos. Marta apenas si tuvo tiempo para servirle el tinto con aguardiente y nivelar la mesa con una caja enrollada cigarrillos, cuando la cafetería se inundó de personas que más que ejecutivos parecían náufragos. Como ranas en concierto, hablaban sin parar, generando un ruido tan ensordecedor, que la destartalada locomotora preparaba muda los cafés y no dejaba concentrar a Arturo en su partida imaginaria de ajedrez, como todos los días.
De pronto, de entre el concierto de voces irreconocibles, escuchó la melodía apenas perceptible de un clarinete dulce y melancólico. Sin pensar, giró buscando su origen y la vio. Ahí estaba Helena, sentada sosteniendo el café con ambas manos tratando de ahuyentar el frío y conversando con alguien invisible y sin importancia. Era hermosa, todavía conservaba el rostro angelical que él recordaba desde la última vez que la vio, cuando ella se quedó llorando de rodillas sobre la acera que no se fuera, mientras él se alejaba altivo con su maleta. La vio sonreír y su sonrisa se abrió como una mariposa iluminándole el rostro. “Como se parece a mamá” – pensó. Recordó la sonrisa de la abuela en las tardes eternas cuando bordaba las casullas de los curas para semana santa.
Por este momento había esperado en el frío de la madrugada a que abrieran una desteñida e insulsa cafetería por los últimos dos años. Había imaginado que cuando la viera le iba a decir: “Helena, Soy tu papá”, con el mismo desdén con el que la dejo. Pero el impacto de verla fue tal, que su altivez se convirtió en un disfraz hecho de viento y la brisa gélida de la lluvia se lo llevó. Arturo quedó desnudo.
Arturo envejeció cien años, adquirió el aspecto de un muñeco de vidrio a punto de romperse. Volvió su mirada a la ventana. Quería pararse, pero sentía que las piernas se le iban a desarmar. Sus ojos desgastados se llenaron de lágrimas. La taza del café se deslizó lentamente por entre sus dedos como si estuvieran llenos de jabón y cayó al suelo. Su llanto ahogado y el ruido de la taza al caer se confundieron con el barullo de los náufragos. Como un caracol encorvado por el dolor, cogió su boina, se paró torpemente sosteniéndose de la mesa,  que estuvo a punto de voltearse cuando la caja de cigarrillos salió como una bala y pegó contra el vidrio. Como pudo se sostuvo con las sillas, salió entre sollozos y empellones a la ciudad inundada por la lluvia y las lágrimas.
Marta aprovechando la bonanza de tinto y café con leche que le trajo la lluvia, no tuvo tiempo de auxiliarlo. Con preocupación lo vio salir tambaleándose como un borracho y pensó que al día siguiente le preguntaría que le sucedía, pero Arturo nunca volvió.
 

Eugénie Grandet - Honoré de Balzac