Buenos días don Pascual. ¿Le provoca un tintico? - pregunta doña María.
Bueno mi señora, muchas gracias - responde el anciano
De pequeña, Doña Maria, que en ese entonces no era doña, respondía con diligencia a la solicitud de su madre. Vaya mijita pregúntele a don Pascual si quiere tinto. Así con el paso de los años, de obligación paso a costumbre; costumbre que no ha cambiado en los últimos cuarenta años.
Entre columna y columna nacen coloridos puestos de mercado. Cada puesto tiene una paleta de colores diferentes dependiendo del surtido que se ofrezca al público. En las carnicerías predominan las tonalidades de rojo, las pescaderías se caracterizan por tonos grisáceos metalizados, con algunos tintes rosados, aporte de los camarones pre cocidos.
Las ventas de legumbres presenta al público diferentes tonalidades de verde y las de frutas son una fiesta de colores y formas que no son solamente un deleite para el paladar, sino para la vista.
Uno se podría preguntar, para que estamos mejor preparados los humanos. Para los cambios repentinos que ponen el mundo de cabeza en un segundo o para esos cambios que se dan lentamente, a los que uno se acostumbre sin ni siquiera darse cuenta, pero cuando mira para atrás piensa que todo cambio en un segundo y se pregunta ¿cómo paso esto que no me di cuenta? Eso le paso a don Pascual. Primero empezaron a llegar menos mulas a la semana, luego llegaban de vez en cuando, hasta que nunca volvieron a llegar. Que las mulas dejaran de llegar fue más preocupante para el pueblo que para don Pascual. Sin embargo, como cualquier mortal, el tiempo empezó a dejar su huella en el rostro y el alma de don Pascual. Así como las mulas que venían del interior desaparecieron poco a poco, así fueron desapareciendo los servicios de serenata. No solo para don Pascual, también para sus clientes, colegas y amigos. Así con el paso del tiempo el gremio de los serenateros, tríos y grupos de instrumentos de cuerda se empezó a quedar cesante. Se reunían en las cálidas noches que provee el trópico en la tienda de don Antonio a jugar ajedrez, tomar aguardiente y discutir la problemática de la crisis de la serenata y sus efectos en el ingreso familiar. Ninguno, con tantos años de experiencia, se podía explicar que razones había detrás de ese cambio. ¿Cómo se podía declarar amor a alguien de una manera diferente que con una serenata? Ninguno encontró una respuesta satisfactoria. Lo única razón pensable es como se diría en estos tiempos, las tecnologías cambian y con ellas las costumbres.
Así como las mulas y las serenatas, las guitarras, los tiples, los requintos y los cuatros dejaron de aparecer en el puesto de don Pascual. La gloria de la juventud es cosa del pasado. Don Pascual, con la testarudez de la vejez, se aferra a los días que le quedan, sentado en el puesto que lo ha tenido por compañero y confidente desde el principio de los tiempos, cuando el mundo era nuevo, joven e inocente.
Claudia C. Casas
Utrecht, 9.12.2012
Esta es una historia ficticia inspirada en el abuelo que repara instrumentos de música en la plaza Honda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario