sábado, 15 de diciembre de 2012

La historia de Don Pascual


Buenos días don Pascual. ¿Le provoca un tintico? - pregunta doña María.
Bueno mi señora, muchas gracias - responde el anciano

De pequeña, Doña Maria, que en ese entonces no era doña, respondía con diligencia a la solicitud de su madre. Vaya mijita pregúntele a don Pascual si quiere tinto. Así con el paso de los años, de obligación paso a costumbre; costumbre que no ha cambiado en los últimos cuarenta años.

 Así se tejen los días en la plaza de mercado para don Pascual. Un lugar que algún día tuvo paredes blancas, seguramente en la época en la que lo declararon monumento nacional. Con columnas que sostienen el asimétrico techo y que se repliegan a lo largo del espacio como soldados en formación.

Entre columna y columna nacen coloridos puestos de mercado. Cada puesto tiene una paleta de colores diferentes dependiendo del surtido que se ofrezca al público. En las carnicerías predominan las tonalidades de rojo, las pescaderías se caracterizan por tonos grisáceos metalizados, con algunos tintes rosados, aporte de los camarones pre cocidos.

Las ventas de legumbres presenta al público diferentes tonalidades de verde y las de frutas son una fiesta de colores y formas que no son solamente un deleite para el paladar, sino para la vista.

 En este mundo multicolor se teje la historia de don Pascual, un anciano mítico, que pareciera haber existido desde siempre, al que por respeto a la edad y a las jerarquías todo el mundo llama de don y que pareciera que nunca fue solo Pascual. El, desde que los vecinos recuerdan siempre ha tenido su puesto en la plaza. Pero su puesto ofrece colores diferentes a los otros puestos de la plaza; su puesto está decorado por colores menos llamativos, pero no menos hermosos, valga la aclaración, lo que los conocedores llaman, colores tierra, terracotas, sobrios vino tintos y cafés. Los colores que solo guitarras, tiples, requintos y cuatros pueden ofrecer al público. Pero no vayan a pensar que don Pascual, vende guitarras, tiples, requintos o cuatros. No, don Pascual no es un comerciante, él es un artesano, el aprendió de su padre y de su abuelo a trabajar con las manos y aunque bien podría construir guitarras, tiples, requintos y cuatros, él, al igual que sus ancestros,  ha dedicado su vida a reparar, corregir, afinar y dejar como nuevos los instrumentos de trabajo que por años utilizaban los tríos para dar serenatas de amor a las muchachas del pueblo.

 Cuenta la leyenda, que en tiempos inmemoriales llego a este pueblo, importante puerto fluvial del Magdalena, en un barco a vapor un hombre vistiendo un impecable vestido blanco, cargaba en una mano una maleta café y en la otra una guitarra. Era alto, de espalda ancha, con hermosos ojos negros, que solo el rastro perdido de la sangre de algún moro pudo dejar. Así desembarco, altivo, orgulloso, joven, en estas tierras, que llaman el obligo del país, por donde tanta historia ha pasado que ya nadie la recuerda. Se instaló en algún lugar del pueblo y alquilo su puesto en la plaza. Se reparan instrumentos de cuerda, decía el aviso. Más abajo se leía: Servicio de serenata. Así afinando, reparando, cantando inicio don Pascual su vida en este pueblo en los tiempos en que ambos gozaban de gloria.

 Se sabía que era mujeriego, que le gustaba el aguardiente y la parranda. No pocas veces resultaba cortejando a las muchachas a quienes debía dar las serenatas. Sin embargo, nunca se le conoció novia oficial, no tuvo hijos, por lo menos reconocidos. Dedicaba sus días a arreglar guitarras, tiples, requintos y cuatros en su puesto de la plaza. En las noches, cuando no tenía serenata o arreglo grande que atender, se iba para la plaza principal a jugar ajedrez en la tienda de don Antonio, que quedaba justo al frente de la iglesia.

 Así transcurrieron los primeros años de don Pascual en el pueblo, que por ese entonces ya era don. No había daño grande que le quedara pequeño, tanto así que su fama se extendió sobre la cordillera y no era extraño que le llegaran arreglos enviados por mula desde la capital. Esas eran otras épocas, eran las épocas en que la guitarra, el tiple, el requinto y el cuatro eran populares. Eran las épocas de los tríos y de las declaraciones de amor con serenata. Eran las épocas de los concursos de música. Eran las épocas donde el río era importante y del pueblo se pronosticaba se convertiría en un importante centro de desarrollo para el país. Era la época de la inocencia, de esa a la que los abuelos se refieren como, los buenos tiempos.

 Los años fueron pasando, los tiempos cambiaron. Todo empezó cuando se cambió el agua por el asfalto y el río perdió su importancia. El comercio del norte con el interior se empezó a hacer por carretera y dejaron de llegar las mulas cargadas de cartas, noticias e instrumentos. Los barcos de vapor que adornaban el río, desaparecieron y se fueron hundiendo en la memoria. El pueblo que alguna vez se pensó como un emporio de desarrollo se fue quedando en el olvido y con el don Pascual.
 
Uno se podría preguntar, para que estamos mejor preparados los humanos. Para los cambios repentinos que ponen el mundo de cabeza en un segundo o para esos cambios que se dan lentamente, a los que uno se acostumbre sin ni siquiera darse cuenta, pero cuando mira para atrás piensa que todo cambio en un segundo y se pregunta ¿cómo paso esto que no me di cuenta? Eso le paso a don Pascual. Primero empezaron a llegar menos mulas a la semana, luego llegaban de vez en cuando, hasta que nunca volvieron a llegar. Que las mulas dejaran de llegar fue más preocupante para el pueblo que para don Pascual. Sin embargo, como cualquier mortal, el tiempo empezó a dejar su huella en el rostro y el alma de don Pascual. Así como las mulas que venían del interior desaparecieron poco a poco, así fueron desapareciendo los servicios de serenata. No solo para don Pascual, también para sus clientes, colegas y amigos. Así con el paso del tiempo el gremio de los serenateros, tríos y grupos de instrumentos de cuerda se empezó a quedar cesante. Se reunían en las cálidas noches que provee el trópico en la tienda de don Antonio a jugar ajedrez, tomar aguardiente y discutir la problemática de la crisis de la serenata y sus efectos en el ingreso familiar. Ninguno, con tantos años de experiencia, se podía explicar que razones había detrás de ese cambio. ¿Cómo se podía declarar amor a alguien de una manera diferente que con una serenata? Ninguno encontró una respuesta satisfactoria. Lo única razón pensable es como se diría en estos tiempos, las tecnologías cambian y con ellas las costumbres.

Así como las mulas y las serenatas, las guitarras, los tiples, los requintos y los cuatros dejaron de aparecer en el puesto de don Pascual. La gloria de la juventud es cosa del pasado. Don Pascual, con la testarudez de la vejez, se aferra a los días que le quedan, sentado en el puesto que lo ha tenido por compañero y confidente desde el principio de los tiempos, cuando el mundo era nuevo, joven e inocente.
Claudia C. Casas
Utrecht, 9.12.2012
Esta es una historia ficticia inspirada en el abuelo que repara instrumentos de música en la plaza Honda.

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